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lunes, 10 de septiembre de 2007

Buscando visa para un sueño

Es bien sabido que en Plaza de Armas hay muchos peruanos, pero existe uno en particular que habla en inglés para pedir algunas monedas para costear su vicio, el alcohol.

Plaza de Armas, medio día. Sentado en una banca, noto que un hombre de ropas descuidadas, zapatos cafés sin lustrar, pantalones sin basta y molidos en sus extremos, una parca azul con verde, una barba descuidada al igual que su pelo, y unas manos que parecían las de un obrero, se acerca a tres escolares que se encuentran tres bancas mas allá de la mía. Sin quitar la vista de aquella situación, veo que este hombre les habla y las chicas se ríen. Tras, mas o menos, tres minutos de conversación, les hace un ademán con la mano, ellas le dan unas monedas y emprende camino en dirección a mí.
Cuando se acercó y me dio la mano, pude sentir un fuerte hedor a alcohol que expelía su cuerpo. En ese minuto, me dice: hello I’m Patricio. Le respondí el saludo y le seguí la corriente. Me pidió unas monedas y le pregunté a que se dedicaba. A lo que respondió, me dedico a drank, mientras me hacía un gesto con la mano tratando de imitar cuando se toma algún tipo de líquido de una botella, siempre con una sonrisa en su cara hablando de su vida, con una emoción que se notaba en el brillo de sus ojos.
Llegó a Chile con la misma idea de todos sus compatriotas residentes acá. Una mejor calidad de vida, un trabajo y un techo donde vivir. Pero lo único que encontró fue una banca, a un costado de la Oficina de Correos de Chile donde poder dormir y una plaza para pedir dinero, para comprarse algún vinito, con el fin de luchar contra el frío y olvidarse de su pasado.
Pronuncia cada letra, vocal y consonante, de las palabras que dice. Trata de hablar en inglés para darle un “plus” a su discurso y así lograr con mayor facilidad conseguir esas monedas preciadas, que más tarde serán bebidas. Pero el verdadero fin del Pato para hablar bien, es cuidar las palabras, porque a estas alturas, son lo único que le queda.
Por sus condiciones de vida en Santiago, perdió todo tipo de contacto con su familia en Perú. Lo último que supo, es que su hija estaba viviendo en Lima y que su hermana estaba en alguna parte de España. Pero eso fue hace tres meses. Desde ese entonces que no sabe de ellos. Supongo que a esto, se debió su respuesta y reacción, cuando le pregunté cómo reaccionó tras el terremoto ocurrido en su tierra. Ya que la permanente sonrisa de su cara desapareció. Bajó la cabeza, echó su cuerpo hacia atrás, como tratando de escaparse del lugar y me dijo: “¿Por qué me quieres hacer llorar? ¿Sabes por qué siempre me río? Para no llorar. No sé nada de mi familia hace tres meses, y temo lo peor porque he tratado de comunicarme con ellos desde el día del terremoto pero no pasa nada”. En ese minuto, metió su mano en el bolsillo trasero de su pantalón, sacó una tarjeta Bip, me dio la mano y diciendo good bye, caminó hacia la esquina de Catedral con Estado, en busca de alguna micro que lo llevase a algún lugar desconocido para mí.


Recuerdo de mi barrio: La villa Olímpica

Creada con el fin de acoger a los mundialistas del año 1962, se levanta a un costado del Estadio Nacional de Chile, la famosa villa Olímpica.


El sector en el cual nací, es sin lugar a dudas el más significativo en mi vida. La villa Olímpica, específicamente Lo Encalada 1263 block 11 departamento 13. Mi barrio, o mejor dicho, manzana, estaba formada por muchos blocks, una plaza detrás de todos éstos, un quiosco y una cancha de fútbol. En el tercer piso de mi edificio vivían mis primos, de mi misma edad, con los cuales salíamos a recorrer el sector y así fuimos conociendo de a poco donde vivíamos. Con el tiempo comenzamos a compartir con otros niños de nuestra edad, y formamos un grupo con el que jugábamos a toda hora.
En invierno el lugar era demasiado frío y poco acogedor, ya que las lluvias provocaban un barro que no dejaba salir a las calles, por lo que se estaba obligado a protegerse en las casas, aburridos y con frío, ya que los departamentos eran bastante húmedos. Debido a los árboles, el invierno era muy oscuro, ya que los poco de sol que había era tapado por las altas ramas, las cuales también servían como protección contra la lluvia que azotaba las caminatas desde el furgón escolar hasta la puerta de la casa.
Cuando llegaba la primavera, todo era más alegre, tanto por el paisaje y porque los niños salían a las calles a jugar, lo que provocaba que el barrio se llenase nuevamente de ruidos, los que hacían revivir luego del crudo invierno. Al lado de mi ventana, recuerdo que había un Damasco, el cual, a mediados de noviembre comenzaba a dar sus frutos por lo que mi pieza estaba siempre con un olor muy particular de esa fruta. Ese olor me acompañó toda mi infancia, hasta los diez años, período en el que me cambié de casa. Otro olor que recuerdo, era el de los veranos. Todas las tardes el jardinero, salía a regar el patio, y mientras nosotros jugábamos, expelía un olor a tierra mojada, que a mí me encantaba, tanto me gustaba que me daban ganas de comerme la tierra. También recuerdo que había un olor no muy agradable, que era cuando cortaban el pasto del parque que estaba detrás de mi edificio. Un olor a pasto recién cortado que hacía que no dieran ganas de salir a jugar o divertirse con los amigos.
En el año 2000, por asuntos de comodidad, me cambio con mi familia al centro de Santiago, para vivir más cerca del colegio.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Plaza de Armas en risas

Rodeados por una multitud de personas, en frente de la Catedral, encontramos a tres humoristas callejeros que con su picarezco humor, hacen explotar muchas carcajadas en su público.
Día viernes 10 de agosto, 15:20 horas. El día está levemente nublado, a ratos, se dejan ver algunos rayos de sol. En la Plaza de Armas, al frente de la Catedral, una multitud de gente--escolares con sus mochilas en la espalda, señoras con las bolsas de Pre-Unic en sus manos, oficinistas de abrigo y corbata, un barrendero con su tarro de basura y su escoba, vendedores ambulantes con sus mercancías en mano--estalla en carcajadas, luego mantiene un silencio, para después explotar en grandes risas nuevamente.

A los siete minutos de la rutina, uno de los comediantes comienza a molestar a su compañero con una supuesta homosexualidad, lo que genera un espontáneo griterío de la gente, que se multiplica en la turba, transformándose en un solo sonido que suena al unísono, diciendo: "uuuuuyyyyy". En ese instante, un joven, que se encontraba dos cuerpos más hacia mi derecha, comenzó a gritarle a los artistas, por lo que éstos no dudaron y ocuparon 30 segundos de su rutina en ridiculizar a esta muchacho, dejándolo en vergûenza frente a toda la multitud presente. En un principio, la reacción de éste fue reírse, para luego, tornar su cara de un color rojizo, y poco a poco, hundir su cabeza entre sus hombros, eso sí, nunca dejando un intento de sonrisa, supongo, para no verse tan humillado y ridiculizado ante todos.

La experiencia y la costumbre de trabajar hace tanto tiempo en la plaza, también ayuda a las rutinas de estos famosos personajes del lugar. Ya que, en un momento determinado del show, la campana de la Catedral comenzó a sonar. Cosa que es normal cada una hora, hasta que uno de estos hombres--vestido con un jeans azul claro, una camisa celeste, que se asoma por el cuello de un chaleco verde agua con líneas blancas horizontales y unos zapatos negros-- saca su celular, apunta hacia la cúpula del templo y aprieta un botón, simulando un control remoto, justo en el preciso momento en que la campana deja de sonar, logrando la más fuerte y larga carcajada de la multitud. Tras 25 minutos de chistes, risas, ridiculizaciones y gritos, estos artistas de la calle y maestros del humor, agradecen a su público y comienzan un discurso ya conocido por muchos de sus espectadores, en el cual, piden una cooperación monetaria para poder llegar con el pan de cada día a sus casas.